Matronas
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Cuatro siglos después de la muerte de Jacob y José en Egipto, los 70 hebreos avecindados con ellos junto al Río Nilo eran ya un pueblo numeroso y fuerte. Temeroso, el Faraón reinante, de que en caso de guerra se unieran a los enemigos de Egipto y abandonaran el país, tomó medida para que no siguieran multiplicándose.
Ordenó, primero, esclavizar cruelmente a los hebreos en la construcción de palacios para el Rey. Y como siguieran teniendo abundante descendencia, decretó que las matronas de las madres hebreas dejaran con vida sólo a las niñas, e hicieran morir a los niños.
El moderno pánico demográfico, y la progresista, patológica persuasión de que los niños son, por diferentes razones, una amenaza a la seguridad nacional se remontan, según se ve, a 1250 años antes de Cristo y de Herodes, en la tierra célebre por sus tiranos momificados.
Pero las matronas tenían más santo temor de Dios que servil temor del Faraón. Desobedeciendo la orden del todopoderoso Rey de Egipto, dejaron con vida a todos los nacidos, mujeres o varones. Lo supo el Rey y las mandó llamar: "¿por qué han dejado con vida a los niños?" Las matronas respondieron: "es que las madres hebreas son más robustas que las egipcias, y antes de que lleguemos nosotras, ya han dado a luz".
Sabido es que el poder absoluto entontece: Ramsés II se creyó esta infantil coartada y las despidió sin castigo. Y al no poder ya contar con las matronas, decretó que todo el pueblo egipcio, en cuanto supiera de un recién nacido hebreo de sexo masculino, debería echarlo al Río Nilo para que muriera. No sabía en lo que se metía.
Uno de esos niños hebreos, depositado a los tres meses en una cesta de mimbre entre los juncos del Río, atrajo por su indefensa hermosura a la propia hija del Faraón, quien lo adoptó como hijo, le puso por nombre Moisés y le pagó, a la madre del bebé, para que lo amamantara y criara.
Ese hijo adoptivo de la hija del Faraón encabezaría, ya adulto, el masivo éxodo de casi un millón de hebreos, dejando atrás un Egipto sin ejército, devastado por plagas y ensangrentado por la muerte, en una noche, de todos sus primogénitos.
En cuanto a las matronas, Dios las recompensó en su misma moneda: tuvieron muchos hijos. Y la tradición conservó sus nombres: Sifrá y Puá. Dos sencillas matronas, irreductibles en su compromiso con la vida, desencadenaron una epopeya triunfal de libertad ante un tirano que jugaba a ser Dios.
De Sifrá y Puá son legítimas herederas esas matronas de Chile que en un video han solemnizado su "Sí, Juro respetar la vida, de la madre y del hijo, sin restricciones". No son cuicas ni trabajan en clínicas privadas. Son simplemente matronas.